Los niños pueden estallar en rabietas cuando menos lo esperamos, sobre todo cuando son pequeños y su capacidad de verbalizar lo que sienten es todavía reducida. Todos sabemos que las rabietas son una parte normal de su desarrollo, pero lo cierto es que a veces puede resultarnos muy complicado manejarlas, especialmente cuando se acompañan de impulsividad e ira.
La “técnica de la tortuga” fue creada por Marlene Schneider y Arthur Robin en los años 70. Ambos eran académicos en la Universidad de Nueva York y decidieron idear un método que ayudara a los niños a frenar su impulsividad, autocontrolarse y no dejar escapar su rabia.
La ‘técnica de la tortuga’ usa el ejemplo de este animal, que se repliega en su caparazón cuando se siente asustada o amenazada. De este modo, y siguiendo el mismo comportamiento de la tortuga, se pretende enseñar al niño a replegarse en su caparazón imaginario cuando la situación le desborda o desata su ira, de manera que logre volver a un estado de calma.
Este método de autocontrol está especialmente dirigido a niños desde los tres a los ocho años, aunque según los expertos, puede ser válido para niños de cualquier edad, funcionando muy bien entre aquellos con un alto grado de impulsividad y TDAH. Busca con que el niño aprenda a controlar su respiración, minimice su agitación y/o ganas de agredir a otras personas reconduciendo su impulso a un estado de mayor calma
A la hora de enseñar a los niños la técnica de la tortuga, debemos seguir una serie de pasos:
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El cuento de la tortuga
Para introducir a los niños en esta técnica nos apoyaremos en el cuento de la tortuga (puedes descargarlo en internet):
“En una época remota vivía una tortuga joven y elegante. Tenía (edad de tu pequeño) años, y justo entonces, había comenzado la enseñanza Primaria. Se llamaba Tortuguita.
A Tortuguita no le gustaba ir al jardín. Prefería estar en casa con su mamá y su hermanito. No quería estudiar ni aprender nada; sólo anhelaba correr mucho y jugar con sus amiguitos, o pintar en su cuaderno con lápices de colores.
Sólo le agradaba retozar y reírse con sus compañeritos –y pelearse con ellos también-. No le gustaba colaborar con los demás. No le interesaba escuchar a su profe ni detener esos sonidos maravillosos, como de bomba contra incendios zumbando con estrépito, que acostumbraba a hacer con la boca. Era muy arduo para ella recordar que no debía pegarse ni hacer ruido. Y resultaba muy difícil no volverse loco delante de todas las cosas que ella hacía.
Cada día, en su camino hasta el jardín, se decía a sí misma que iba a esforzarse en todo lo posible para no incurrir en jaleos durante esa jornada. Sin embargo, a pesar de ello, siempre enfurecía a alguien cotidianamente y se peleaba con él, o perdía la razón porque cometía errores y empezaba a romper en pedazos todos sus papeles.
Se encontraba así metida constantemente en dificultades, y sólo necesitaba unas pocas semanas para estar cansada por completo del jardín. Empezó a pensar que era una tortuga mala. Estuvo dándole vueltas a esta idea durante mucho tiempo, sintiéndose mal, muy mal.
Un día, cuando se hallaba peor que nunca, se encontró con la tortuga más grande y vieja de la ciudad. Era una tortuga Sabia, que tenía 200 años y un tamaño tan enorme como una casa. Tortuguita le habló con voz muy tímida, porque estaba muy asustada. Pero la tortuga vieja era tan bondadosa como grande y estaba deseosa de ayudarla.
— “¡Hola!” — Dijo con su voz inmensa y rugiente — “Voy a contarte un secreto. ¿No comprendes que tú llevas sobre ti la respuesta para los problemas que te agobian?”
Tortuguita no sabía de qué le estaba hablando.
— “¡Tu caparazón! ¡Tu caparazón!” —le gritó la tortuga sabia, y continuó exclamando— “Para eso tienes una coraza. Puedes esconderte en su interior siempre que comprendas que lo que te estás diciendo o lo que estás descubriendo te pone colérica. Cuando te encuentres en el interior de tu concha, eres capaz de disponer de un momento de reposo y descifrar lo que has de hacer para resolver la cuestión. Así pues, la próxima vez que te irrites, métete inmediatamente en tu caparazón”.
A Tortuguita le gustó la idea, y estaba llena de avidez para probar su nuevo secreto en el colegio. Llegó el día siguiente, y ella cometió de nuevo un error que estropeó su hoja de papel blanco y limpio. Empezó a experimentar otra vez su sentimiento de cólera y estuvo a punto de perder la compostura, cuando recordó de repente lo que le había dicho la tortuga vieja.
Rápido como un parpadeo, encogió sus brazos, piernas y cabeza, y los apretó contra su cuerpo, permaneciendo quieta hasta que supo lo que precisaba hacer. Fue delicioso para ella encontrarse tan cauta y confortable dentro de su concha, donde nadie podía molestarla.
Cuando salió, quedó sorprendida al ver a su maestra que la miraba sonriente. Ella le dijo que se había puesto furiosa porque había cometido un error. ¡La maestra le contestó proclamando que estaba orgullosa de ella!
Tortuguita continuó utilizando este secreto a lo largo de todo el resto del año. Al recibir sus calificaciones escolares, comprobó que era la mejor de la clase. Todos la admiraban y se preguntaban maravillados cuál sería su “secreto mágico”.
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Enseñale a tu pequeño a imitar a la tortuga
Una vez hemos leído el cuento, podemos hablar sobre él con nuestro hijo, asegurándonos que lo ha entendido y jugando a imitar a la tortuga. Debemos presentarle la técnica como un juego divertido que le ayudará a controlar esas emociones que le dominan en determinados momentos.
Jugaremos juntos varias veces, ensayando una postura corporal que se asemeje a lo que hace la tortuga cuando se repliega en su caparazón: juntaremos la barbilla al pecho, juntaremos los brazos y las piernas y cerraremos los ojos. Esta postura la adoptaremos en aquellos momentos en los que el niño se vea alterado, mientras pronunciamos la palabra “¡tortuga!”, momento en el que dejaremos lo que estemos haciendo e imitaremos a la tortuga del cuento.
Poco a poco, y gracias a nuestra ayuda, nuestro pequeño se irá familiarizando con la postura de la tortuga y con la idea de “parar” ante aquellas situaciones que le desbordan o le impulsan a tener un comportamiento agresivo, de manera que posteriormente, sea capaz de ponerlo en práctica por sí mismo sin nuestra ayuda.
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Ayudarlo a buscar estrategias para solucionar el conflicto
Una vez que el niño ha aprendido a utilizar por sí solo la postura de la tortuga para relajarse y volver al estado de calma, pondremos en marcha el tercer paso que es el de ayudarle a buscar estrategias para solucionar el conflicto. Y es que, tal y como hemos visto en otras situaciones, desde la calma y la relajación todo se ve de otro modo, y es más sencillo actuar de manera respetuosa con los demás.
Lee el artículo completo en: La técnica de la tortuga: cómo ponerla en práctica con los niños para que aprendan a controlar sus impulsos
Por: Mariana Marroquín Ortiz
Equipo de redacción Los Mejores Jardines